Reflexiones desde Rectoría: La primera línea

Este nombre acuñado durante las manifestaciones sociales que se han vivido en el país a lo largo de varios meses, para referirse a los jóvenes que contrarrestan el accionar de la policía, en especial del ESMAD y que luego terminan desbordándose en batallas campales en las calles de pueblos y ciudades del país, puede servir también para referirse a los funcionarios públicos, que desde las sombras manipulan procesos que deberían ser libres de componendas como la elección de un rector de una universidad estatal.

Esa primera línea, que a diferencia de las de los manifestantes no enfrenta a sus oponentes de manera directa, sino que con todo tipo de artilugios mueve sus hilos para volver marionetas a varios estamentos académicos, demuestra que no quiere a la educación pública, que no defiende sus intereses auténticos y que por el contrario lo que busca es montar campamentos politiqueros en los predios de los centros de formación superior del Estado.

Esos que dicen gobernar para mantenernos unidos, trabajan por todo lo contrario. Desunen sin ningún escrúpulo. Atentan contra la independencia universitaria, instrumentalizando a un puñado de estudiantes y docentes, con una pobrísima representatividad, y que siempre han estado a disposición del mejor postor. Esos tampoco quieren a la universidad pública.

La avanzada de esta primera línea, la conforman tristemente con personas que han vivido siempre del mundo de la educación pública y que muy pronto, por las veleidades del poder, se les olvida lo que es defender con honor la más importante actividad que construye a un ser humano proyectado hacia la sociedad.

Como cualquier impostor, ésta avanzada irrumpe en las universidades, toman decisiones que no le corresponden, vetan a los rectores legítimamente elegidos para que no tengan la oportunidad de exponer sus puntos de vista en unas reuniones a las que bautizan “Mesa de exigencias”, convocan reuniones clandestinas para conspirar contra la institucionalidad y luego, sin sonrojarse, se presentan como los redentores de la causa. Les falta mucha sangre corriendo por las venas de la cara para ponerse colorados.

Me uno a esa legendaria frase que dice: “Le vi la cara a la hipocresía y juro que es igualita a algunos que yo conozco”. La condición humana, en su peor expresión, aflora en los momentos en que el poder quiere imponerse a la razón, en el espacio donde muchos se tercian sus enjalmas y tratan de montarlas en la nueva recua que reemplaza a la que ya está extenuada, y en la forma como cada quien busca acomodarse a la causa futura. La ingratitud como lo decía el escritor y político mexicano, Ignacio Manuel Altamirano: “Es el precio del favor inmerecido”

Me quedo con los de la línea recta, con quienes tienen el carácter suficiente para enfrentar las cosas como se presentan, con aquellos que verdaderamente han conformado equipo para sacar adelante las mejores iniciativas, con quienes son conscientes que el futuro de las universidades públicas debe estar por encima de cualquier mezquindad y con los hombres y mujeres de buenas intenciones, que son capaces de mirar fijamente a los ojos porque no tienen nada que guardarse.

Se ha hecho lo humanamente posible por llevar adelante una educación incluyente, pertinente y de calidad. Este periodo inolvidable al frente de una institución, se convierte en dos, porque sin descanso se trabajan intensas jornadas para encontrar todas las soluciones posibles a todos los problemas sensibles. En las conciencias de los de la línea recta, nos queda el honor y el orgullo de haber trabajado por aportarle más a la educación superior de vocación tecnológica. En la ética oscura de los de la primera línea, solo quedan los desperdicios que dejan el rencor, la falsedad, la doble moral y las intenciones “non sanctas”, que siempre los acompañan. José Ingenieros, médico y psiquiatra italoargentino decía que: “Solo pueden mirar el sol de frente, quienes osan clavar su pupila sin temor a la ceguera.”

Libardo Álvarez Lopera
Rector