Reflexiones desde Rectoría: Calla si no tienes nada importante que decir

En este mundo de hoy, mediado por las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones, el ser humano poco a poco se ha esclavizado de sus palabras e ideas, que lo persiguen doquier, haciendo imposible que se libere de ellas. Nuestros abuelos cuando de honrar los compromisos se trataba, solían afirmar que lo escrito, escrito está. Por su parte, el gran dramaturgo inglés William Shakespeare, decía que: “Es mejor ser rey de tu silencio que esclavo de tus palabras.”

Y es que decimos tantas cosas, en tantos contextos, que fácilmente corremos el riesgo de perder el rigor de nuestra coherencia. Y si los seres humanos sufrimos de amnesia selectiva para olvidar lo que nos conviene, la llamada nube, todo lo guarda y todo lo revela. A ella todos tenemos libre acceso, para confrontar lo que se dijo antes, con lo que se afirma ahora.

Entre cielo y tierra nada se esconde. Esas ideas tajantes que se expresan con plena convicción hoy, mañana se pueden convertir en un gran estorbo. No hay forma de deshacerse de ellas. Parecen una marca hecha en la piel con un hierro incandescente. Por eso cada vez estamos más obligados a conectar el cerebro antes de mover la lengua.

En este momento de nuestra historia, sí que toman fuerza estas ideas. Antes, los promeseros de oficio se comprometían con todo tipo de solicitudes de la gente, porque sabían que sus promesas se esfumaban con el tiempo y solo quedaban en la mente de pequeñas comunidades que ya engañadas, se daban al dolor de esperar a que apareciera el que sí les cumpliera. Pero en la actualidad, las palabras se convierten en el azote de muchos, porque una vez pronunciadas, quedan guardadas en la memoria del mundo; en voces, fotos, videos, testimonios y documentos.

Por eso es inexplicable que volvamos a cometer las mismas equivocaciones del pasado, cuando tenemos la oportunidad de acceder a los antecedentes de las personas, que con grandes dotes de oratoria, compiten por la conquista de la opinión pública. Hay que castigar con el ostracismo a quienes desvirtúan el valor de la palabra, a quienes destruyen sin piedad la honra y el buen nombre de los demás.

El ser humano que aspira a ser libre de toda atadura, debe ser consciente de lo que dice y piensa. Debe ser coherente en el tiempo, y si cambia, debe tener argumentos contundentes para justificar la aparición de ideas contrarias a las que siempre ha defendido. El poeta libanés Khalil Gibran, lo decía a su modo en una bella frase: “El ruiseñor se niega a anidar en la jaula, para que la esclavitud no sea el destino de su cría.”

La lengua castiga y más ahora cuando es posible contrastar las cosas con solo formular una sencilla pregunta por un buscador. Hay un Proverbio que dice: “El que mucho habla, mucho yerra; el que es sabio refrena su lengua.” Pues es hora de aplicarlo, porque estamos cansados de presenciar atónitos, como personajes aparentemente respetables, se despojan de toda vergüenza, para tratarnos de convencer de sus postulados, cuando siempre han sido unos mentirosos redomados.

De tanto hablar por hablar, se termina entronizando la mentira como una forma de vida. Y tantas mentiras juntas y tan continuas, suelen convertirse en verdades colectivas, dedicadas por siempre a hacerle daño a la realidad. Fiódor Dostoyevski, uno de los principales escritores de la Rusia zarista, solía afirmar que: “Quien se miente y escucha sus propias mentiras, llega a no distinguir ninguna verdad; ni en él, ni alrededor de él.”

Libardo Álvarez Lopera
Rector