Reflexiones desde Rectoría: Un mundo diferente no puede ser construido por personas indiferentes

“La distancia no separa tanto a los seres humanos, como la indiferencia.” Tantas cosas que suelen ocurrir a diario, cada vez más trágicas e increíbles, y la gran mayoría de las personas poniendo en práctica aquel principio egocéntrico de sálvese quien pueda.

Particularmente el 2020 ha sido un año difícil, inesperado, arbitrario y con muchas ausencias. Ha puesto a prueba nuestra templanza y en el camino nos hemos dado cuenta de lo frágiles que somos. A pesar de los llamados reiterados para que seamos más solidarios, el individualismo sigue primando, el sufrimiento ajeno es cada vez más lejano a nuestros sentimientos.

El promedio de 180 o 190 personas fallecidas diariamente por la pandemia provocada por el Covid-19, ya no es más que una situación “valle” dentro de las estadísticas. El drama de cada familia se volvió paisaje y detrás de ello la indiferencia para afrontar los riesgos que aún persisten con está terrorífica enfermedad. El tapabocas se convirtió en la máscara ideal para esconder nuestras emociones y la distancia social en la mejor forma de disculpar la lejanía que queremos marcar con los demás.

De otro lado, las cifras oficiales de las autoridades hablan de más de 75 masacres en lo corrido de este año, donde decenas de líderes sociales y ciudadanos comunes y corrientes, han sido asesinados, muchos de ellos en la más absoluta impunidad. Pero eso también pasa al archivo de la tragedia nacional. El dolor solo queda en los allegados de cada víctima, mientras que el tiempo se encarga de condenar al ostracismo estas realidades que no pasan de simples y pasajeros titulares de prensa.

Luego la fuerza de la naturaleza se desata con rabia, casi siempre contra los más desprotegidos de la sociedad. Todos nos sumamos a la procesión de lamentos y promesas de ayuda hacia esas personas derrotadas por la adversidad, pero pasan los días y como casi siempre, quedan a merced del olvido que serán, parodiando la obra del escritor antioqueño Héctor Abad Faciolince.

Alguno de tantos damnificados de nuestra historia, decía en su oportunidad, que cuando pasaban las tragedias, el llanto tenía que ser fuerte mientras estuvieran las cámaras y los micrófonos encendidos, porque una vez se apagaran, esos lamentos no los iba a escuchar nadie. Sabias palabras producidas desde el dolor propio y con la conciencia sobre la realidad que se le venía encima.

El gran activista por los derechos civiles de los afroestadounidenses, Martin Luther King, lanzó en su tiempo una demoledora frase: “No me duelen los actos de la gente mala, me duele la indiferencia de la gente buena.” Profunda reflexión para nuestros tiempos, donde los sepulcros blanqueados expían sus culpas con promesas y oraciones que pronto se diluyen.

La sociedad se hastió de comunicados que solo hacen parte de catálogos protocolarios. En cada suceso funesto aparecen las mismas palabras de siempre: haremos investigaciones exhaustivas… Ofrecemos una recompensa a quien de informaciones que permitan dar con el paradero… Prometemos que no los dejaremos solos y abandonados… En pocos días reconstruiremos los daños y todo volverá a la normalidad. Frases expresadas sin sentimientos, que solo buscan impactar a la opinión pública en el momento exacto. Estrategias sin hígados para responder a la coyuntura y no a la magnitud de los desastres.

La deshumanización de nuestras acciones, tarde que temprano nos pasará su cuenta de cobro.

Libardo Álvarez Lopera
Rector