Reflexiones desde Rectoría: La vergonzosa falta de altura en la controversia nacional

Nada más peligroso para la estabilidad de un país, que la falta de altura en la controversia de quienes supuestamente se consideran líderes políticos, sociales y de opinión de la sociedad. En un escenario altamente polarizado, donde los argumentos brillan por su ausencia y se imponen la manipulación de la información y los odios viscerales marcados por una ideologización extrema, nos acercamos peligrosamente a un conflicto mucho más grave que el que hemos vivido a los largo de los últimos 50 años en nuestra Nación.

Los ciudadanos como convidados de piedra, nos vemos diariamente inmersos en discusiones en donde la alusiones a la vida personal, a los chismes que de tanto repetirse se vuelven realidades incontrovertibles, a la viralización por las redes sociales de las llamadas “fake news”, se apoderan del mundo de la verdad.

Da dolor de patria presenciar enfrentamientos de baja ralea entre hombres y mujeres a los que la vida les ha otorgado las dignidades más importantes que pueda tener un colombiano, en donde no prima la razón, sino el insulto, la calumnia y la descalificación, dejando un paupérrimo mensaje a la sociedad y un reguero de gasolina que solo espera una chispa atravesada para explotar.

No contentos con las veleidades que han disfrutado a lo largo de su existencia, los falsos orientadores de la comunidad, ahora pretenden confundirnos con una revoltura de argumentos, que solo hacen gala de un lenguaje cantinflesco y engañoso. Tratan de ganar titulares diarios en la gran prensa y una falsa notoriedad ante la opinión pública.

Es vergonzosa la forma como el debate público, que debería ser con base en ideas bien fundamentadas, ahora esté convertido en una guerra sin cuartel de mentiras. No importa que la miseria de los argumentos se desvanezca con el tiempo, lo que les conviene es hacer el daño suficiente en el momento preciso. Nada restaurará plenamente el buen nombre de una persona, una vez se haya puesto en entredicho su honra.

Se inventan amantes, se descontextualizan declaraciones, se endilgan fiestas en pandemia que en realidad se hacen en la casa del vecino de al lado, se traen a la memoria pública hechos del pasado como si hubiesen ocurrido ayer, se hacen montajes fotográficos y de videos, se recurre a legitimadores que venden sus declaraciones por cualquier centavo; todo en aras de encontrar la forma de sacar de circulación al adversario, de arrastrarle por el piso su reputación, construida a través de años de esfuerzos.

Una sociedad como la nuestra no puede acabar revolcándose en el mismo fango, escogido por una minoría, como el escenario de sus controversias públicas. Los colombianos no podemos seguir permitiendo que nos manipulen a su antojo los pregoneros del odio, o aquellos que soterradamente trabajan en proyectos políticos fracasados y que hoy por conveniencia propia quieren imponernos. Ni qué decir de algunas organizaciones gremiales, sindicales e instituciones, que amparadas en sus fueros y en una justicia garantista, atentan contra la legitimidad positiva del Estado. Sin darnos cuenta, unos y otros nos están llevando a un caos colectivo, de cuyos resultados no somos plenamente conscientes.

Los teóricos sostienen que las cualidades fundamentales de los argumentos son la consistencia y la coherencia. Y una verdad a medias o una mentira, pueden cumplir con estas dos cualidades. Eso indica que la verdad es el ingrediente fundamental para crear la diferencia entre un argumento válido y otro simplemente persuasivo. No habría que escudriñar demasiado para entender qué clase de argumentos esgrimen a diario los que se disputan el fervor popular en nuestro país. Son oradores grandilocuentes que nos envuelven en su diatriba y nos presentan como únicas e irrefutables sus opciones de vida.

No pueden seguir siendo los medios masivos de comunicación, ni las redes sociales, los idiotas útiles en un escenario miserable, donde se trafica con la mentira y se emiten condenas públicas sin juicios previos. Como añoro aquellas épocas donde el gran periodista y escritor Juan Gossaín, repetía una y otra vez en las emisiones de su noticiero radial: “Sin confirmar no lo decimos”.

El filósofo inglés y fundador de Pensilvania en los Estados Unidos, William Penn, sostenía que: “La verdad a menudo sufre más por el fanatismo de sus defensores que por los argumentos de sus detractores”,

Libardo Álvarez Lopera
Rector