Reflexiones desde Rectoría: La gratitud convierte lo que tenemos en suficiente

Dar las gracias siempre por lo que Dios nos ha dado en esta vida, por las oportunidades logradas, las experiencias vividas y las enseñanzas aprendidas; es un bálsamo para el alma, es la mejor forma de tener en paz la conciencia y de mirar con optimismo los retos del futuro. El agradecido atrae las buenas energías del universo y apacigua las tempestades que suelen atormentarlo.

Por su parte el malagradecido, el que solo vive de odios, el que se dedica a graduar a media humanidad como enemiga, el que se va carcomiendo por dentro hasta hacer metástasis en su humanidad; solo derrocha los años que le quedan de vida peleando con sus propios fantasmas. Nuestros abuelos solían repetir frecuentemente esta sabia frase: “Cuando el malagradecido se le olvida quién lo ayudó, la miseria le refresca la memoria.”

El malagradecido no le da oportunidades a nadie, va descalificando de tajo a toda persona que se atraviesa en sus propósitos. Como una enfermiza manía, hace parecer que hasta lo fácil es imposible. No piensa en el beneficio común, es más, no le interesa. Solo busca mantener su estatus quo dentro de las instituciones y la sociedad, es contestatario por instinto, la razón escasas veces lo acompaña. Maldice a todos una y mil veces, no vive tranquilo, ni deja que los demás lo hagan. Se revuelca en sus propias inmundicias y trata de esparcirlas a todos quienes lo rodean.

Gracias a la vida por tanto. Por permitirme conocer seres humanos de una inmensa altura moral, de una generosidad sin límites y de una autenticidad incomparable. Hombres y mujeres que dejan huellas imborrables en nuestras vidas. Personas sencillas que van por la vida ligeras de equipaje y que cargan sola las cosas absolutamente necesarias, la lealtad una de ellas. En la memoria que es la urna de los recuerdos, me llevo lo mejor de cada cual. Dejo a un lado del camino las contrariedades que hayan podido surgir a lo largo de estos cuatro años maravillosos en la rectoría de una institución que solo se deja amar. El “POLI” merece que en cada minuto de su historia se consoliden sus bases para seguir siendo grande entre los grandes.

Los maestros por vocación, los alumnos en genuino proceso de formación, los empleados y directivos entregados a su labor, los investigadores en el fragor de sus descubrimientos, los deportistas dejando hasta su última gota de sudor para alcanzar la meta, los padres de familia en su esfuerzo permanente por brindarle a sus hijos las más grandes oportunidades, los gobernantes y líderes honestos que trabajan por una educación incluyente, de calidad y pertinente; son la inspiración de mil batallas por librar en favor de la educación superior pública.

Debemos ser agradecidos con el tiempo, porque es lo único que no se recupera. Hay que rechazar con valentía el abuso de unos pocos que se gastan su tiempo y el de todos, convocando continuas interrupciones en los calendarios académicos, sin importarles para nada el afán que la gran mayoría tiene de terminar sus estudios y dedicarse a labrar su propio futuro. Esos “pseudolíderes”, son estudiantes eternos que no llegan a las universidades a aprender, sino a perpetuarse en las aulas y servir como inspiradores de incautos que se les entregan a sus causas perdidas y a sus ideologías llenas de resentimiento. También hay unos pocos docentes que lo que menos les interesa es enseñar. Esos se ubican estratégicamente para mantener por años sus intereses individuales y para instrumentalizar a los jóvenes, poniéndolos en la vanguardia de sus degradadas luchas.

El yogui indio Sadhguru, dice que: “Que lo que está corriendo no es el reloj. Lo que corre es nuestra vida.” Las manecillas de nuestro reloj, son las arrugas que comienzan a habitar en nuestro cuerpo y que delatan un pasado que ya no es y un futuro que no sabemos qué será. Si hemos sido gratos, no importará el paso de los años. En el momento en que nuestro reloj se detenga, podremos concluir que todo ha valido la pena. Gracias, muchísimas gracias. Seguiré caminando de la mano de Dios, tratando de hacer lo mejor posible y renunciando a frenar el reloj de mi vida a mitad de camino. Son y seguirán siendo la parte más importante de mi vida. Gracias infinitas.

Libardo Álvarez Lopera
Rector