Reflexiones desde Rectoría: La inseguridad no escatima estrato social

Nunca podremos ahorrar esfuerzos para tratar de conseguir la seguridad necesaria que nos permita vivir tranquilos y disfrutar plenamente de nuestro entorno. Cada día que pasa, este bien invaluable de la sociedad se hace más escaso, ante la mirada impotente de la ciudadanía y las acciones insuficientes del Estado. Pareciera en muchas ocasiones, que los delincuentes estuvieran ganando terreno y las autoridades perdiendo efectividad en sus acciones de disuasión y control del crimen.

Se volvió agobiante sintonizar un noticiero, leer un periódico o buscar noticias en las redes. En su gran mayoría nos encontramos con un interminable catálogo de delitos de los que son víctimas miles de desprevenidos colombianos. Con estas realidades, vamos acumulando miedos propios y ajenos, que nos impiden ejercer nuestras libertades en paz. Sentimos una profunda orfandad de quienes por ordenamiento constitucional deben defender nuestra vida, honra y bienes.

La inseguridad en las ciudades, pueblos y carreteras, arrebata la fe y el optimismo en el futuro del país. La delincuencia está parcelando nuestros espacios, se los está repartiendo a su libre albedrío, y cuando un grupo se mete en el terreno de otro, desatan una guerra sin cuartel, con la ciudadanía inerme en medio de una lluvia de balas. Toda esta frenética locura ha subyugado a muchas comunidades a un desplazamiento infame, que deja atrás lo poco que han logrado conseguir. Otros, simplemente se ven obligados a convivir con los criminales, que aprovechando el poder de la intimidación, los someten al pago de vacunas o a la compra obligada de los artículos de primera necesidad que ellos permiten ingresar a las tiendas de los barrios.

Este “paraestado”, creado por quienes han hecho de la muerte y la amenaza una forma de vida, es la única presencia de autoridad en muchos rincones de nuestro país. La justicia es reemplazada por el jefe de una banda que determina quién tiene la razón a la hora de resolver un conflicto entre vecinos. La Policía y el Ejército, son suplantados por grupos de personas armadas que se movilizan libremente por las calles, carreteras y caminos. Para que la inversión social llegue por fin a esos lugares, es necesario solicitar el permiso a los delincuentes y pagarles para que permitan que las acciones sean ejecutadas.

Muchos habitantes de ciudades grandes del país, llegamos a pensar que eso era problema de quienes vivían lejos de las urbes o en los barrios más pobres de ellas. A la fuerza tuvimos que comprender que esa realidad es contra todos. Que la intranquilidad no escatima estrato social. Que el delincuente como es lógico, prefiere actuar en las zonas donde hay más recursos económicos y retornar a sus dominios, donde gobierna y dispone a su voluntad de la vida de los demás. Hoy en día pareciera que estamos condenados a la zozobra en cualquier lugar donde nos encontremos. Ni siquiera los ojos de miles de cámaras puestas por todos los rincones, que antes servían para contener a los hampones, hoy parecen no importarles. Las miran de frente como queriendo desafiar a toda una sociedad.

Para infortunio colectivo, los delincuentes no se acaban, antes por el contrario se reproducen como la maleza. Están envalentonados porque se sienten amparados por la impunidad que rebasa todo límite imaginable. Muchos, que las autoridades logran capturar, en pocas horas o días están nuevamente en las calles haciendo de las suyas. Los que logran ser condenados reciben grandes rebajas de pena, en medio de una justicia que la actual legislación convirtió en garantista. Las múltiples fallas en el sistema carcelario, hacen que las cárceles no sean centros para reformar al individuo, sino verdaderas universidades del crimen, donde muchos llegan a hacer maestrías o doctorados en estas actividades repugnantes.

El dramaturgo alemán, Johann Wolfgang von Goethe, decía que: “El juez que no sabe castigar acaba por asociarse con el delincuente.” Eso precisamente está comenzando a engendrar en la sociedad una reacción contraria a ley, que sumada al desespero y la impotencia, está llevando a muchos a tomarse la justicia por cuenta propia. Las acciones de los atracadores, los fleteros, los sicarios o cualquier otro antisocial, están haciendo que la gente desborde su ira y termine sometiéndolos a linchamientos. Esa ley del Talión, terminará por dejarnos ciegos y desdentados a todos.

Libardo Álvarez Lopera
Rector