Reflexiones desde Rectoría: La miseria de no tener patria

La desgracia que padecen millones de expatriados del mundo que deambulan de un lado a otro tratando de ser acogidos con misericordia por otros pueblos, es una tragedia que la humanidad no ha querido entender en sus justas proporciones. Hombres, mujeres y niños, que en medio de las más agobiantes penurias tratan de llegar a países desarrollados para rehacer sus vidas, huyendo de la miseria de sus patrias, de los conflictos políticos y religiosos; no encuentran más que humillaciones y rechazos.

La diáspora que día a día aumenta en todos los rincones de la tierra, tocó a nuestra puerta hace rato. Esa realidad que la veíamos tan distante y hasta exótica, nos está afectando y de qué manera, en todas las ciudades y pueblos de Colombia. Las cifras más optimistas hablan de una población de venezolanos migrantes de más de dos millones, que desesperados con el régimen de su país, buscan en medio de las más precarias condiciones: alimento, salud, trabajo, vivienda y los mínimos recursos para subsistir en una patria ajena.

Por otro lado, más de mil migrantes haitianos y de países de África, diariamente tratan de forma desesperada de llegar al municipio antioqueño de Necoclí, para tratar de pasar la inhóspita frontera colombo-panameña y seguir su calvario hasta los Estados Unidos. Ese municipio del Urabá está a reventar. Su infraestructura ha colapsado totalmente y ante el clamor de sus autoridades para que los ayuden, los entes estatales apenas reaccionan de manera lánguida.

Se ha convertido en un inmenso dilema para todos, la permanencia de estas personas en cada país del mundo. Mientras unos ciudadanos los defienden con demagógicas posturas, otros los persiguen y atacan sin piedad, manifestando una xenofobia extrema. Miles de voces de líderes del mundo se levantan en medio de esta tragedia sin precedentes, pero pocas ayudas efectivas se ven llegar a los países que se están ahogando en medio de esta llegada masiva de visitantes inesperados.

Los oportunistas de siempre los han instrumentalizado, aprovechándose de sus infinitas necesidades. Los han convertido en una fuerza laboral sometida a los más grandes abusos, casi que esclavizándolos. Otros han tenido que vender hasta sus cuerpos en medio de una feria de infamias, para tratar de llevar un mendrugo de pan a sus familias, que hacinadas en cualquier pocilga, esperan el milagro de cada día.

La filósofa y activista francesa, Simone Weil, decía que: “La desgracia extrema que acomete a los seres humanos no crea la miseria humana; simplemente la pone de manifiesto.” Lo más fácil para cada persona, es taparse los ojos, pensar que nada pasa y seguir caminando por encima de las ruinas ajenas. O simplemente tomar una actitud de desprecio y desconfianza, y a tacar sin piedad a quienes tratan de invadir sus espacios, obligándolos a que reemprendan su camino hacia ninguna parte.

Mientras tanto los causantes de esta tragedia mundial, continúan en sus altas posiciones, disfrutando de sus innumerables privilegios, logrados a través del sometimiento de sociedades enteras. Enraizados en un poder invasor, con el respaldo de potencias mundiales que solo buscan ampliar las fronteras de sus intereses económicos, políticos e ideológicos; miran con desprecio el sufrimiento de sus compatriotas regados por el mundo y sin ninguna esperanza de volver a su patria, donde lo poco que tenían, era todo lo que tenían.

Ese exilio obligado, lleno de infamia y sometimientos, está sobre diagnosticado. Es una realidad que cada vez se vuelve más inmanejable. Nos duele ver tanta miseria importada en las calles, que se suma a la miseria propia de nuestro pueblo. Cada vez más personas se quedan con la mano estirada, porque los bondadosos ya no tienen más que dar y los indolentes no soportan a los necesitados. Con la presencia masiva y cada vez más grande de inmigrantes extranjeros, estamos quizá ad portas del nacimiento de una nueva clase social; sin arraigo, sin oportunidades y sin esperanzas. Una nueva clase social que seguramente habitará los socavones de una sociedad llena de necesidades como la nuestra.

Libardo Álvarez Lopera
Rector