Reflexiones desde Rectoría: El delito de opinar

Quienes no tienen nada que decir por carencia de ideas claras o de valentía para enfrentar a sus detractores, pareciera que salieran mejor librados y vivieran aparentemente más tranquilos. Y digo que aparentemente, porque como lo dice el refranero popular: “Hay que preocuparse más por la conciencia que por la reputación; ya que tu conciencia es lo que eres y la reputación es lo que otros piensan que eres.”

Opinar con responsabilidad es un acto soberano de los seres humanos que no debe ser interferido por nada, ni nadie, y menos censurado o aplacado para acabar con el derecho que todos tenemos a expresar nuestros pensamientos y ponerlos en común con los demás. El dramaturgo irlandés, George Bernard Shaw, decía que: “Si dejas el más pequeño rincón de tu cabeza vacío por un momento, las opiniones de los demás se apresurarán a llenártelo.”

Los estudiosos afirman, que todas las opiniones son discutibles. Si no lo fueran, dejarían de ser opiniones para convertirse en dogmas o axiomas. Irse lanza en ristre contra quienes opinan, es un síntoma de bajeza moral de la sociedad, es la negación de un derecho que tenemos todos a levantar nuestras voces para propagar nuestras ideas.

Apabullar las opiniones ajenas es una estrategia oscura de determinados grupos, que pretenden de manera sistemática encausar las opiniones que les favorecen y descalificar y casi que criminalizar aquellas que son contrarias a sus ideologías o propósitos. Qué manera tan ruin de destruir a la contraparte e imponer ante la opinión pública sus pensamientos que quieren hacer parecer como infalibles.

El unanimismo de las ideas que muchos pretenden imponer a la fuerza, es quizá la más peligrosa farsa en la que nos involucran aquellos que levantan su voz para no dejar escuchar la voz de los otros. Sir Francis Bacon, filósofo inglés, afirmaba que: “No hay cosa que haga más daño a una nación como el que la gente astuta presuma de inteligente.” Cuando los argumentos para soportar las opiniones se vuelven escasos, muchos recurren a convertir las mentiras en verdades y los imposibles en ilusiones.

Es descabellado pensar en una sociedad viable, cuando se convierte al que opina en un sospechoso. Cuando pensar distinto es un acto subversivo, un pecado o un insulto a la razón. Alguien, descalificando a la opinión, decía que este era el oficio más fácil que existía. Y tiene razón cuando se trata de opiniones irresponsables o mentirosas; pero cuando las opiniones tienen fundamento, así sean contrarias a las nuestras, merecen ser analizadas y tenidas en cuenta. Si este mundo es una aldea global como lo definía el teórico de la comunicación canadiense, Marshall MacLuhan, no deben sobrar las opiniones cuando estás pueden aportar nuevas formas de concebirlo.

Nuestra sociedad en particular, debe entender por fin que una opinión no es una imposición ajena, no es una invasión a mi ideología y a mis creencias, sino que es un aporte a una construcción colectiva del pensamiento. Una sociedad carente de ideas, sometida a la opinión de las élites que se abrogan descaradamente el derecho de trazarnos el camino que ellas eligen, termina por convertir la revolución de las ideas, en la anarquía de los egos.

Hay que seguir opinando, dando lo mejor de nosotros para consideración de los demás. Opinar debe ser un acto valiente y generoso, independiente e incluyente. Opinar es necesario, así nuestras opiniones no sean del completo agrado de algunos estamentos de la sociedad. Esos que han convertido la opinión en un delito, son especialistas en crear jurisprudencias inquisidoras que solo tienen como fin invadir la libertad de todos.

Libardo Álvarez Lopera
Rector