Reflexiones desde Rectoría: Solidaridad, para que desde las cenizas, el fuego salga otra vez

Cada 31 de agosto el mundo conmemora el Día Internacional de la Solidaridad. Los seres humanos necesitamos ser cada vez más solidarios para combatir la oscuridad, la rabia, la amargura y el inconformismo, que nos asfixian y nos nublan la mirada panorámica que siempre debemos tener ante la vida. Lao-Tse, uno de los filósofos más relevantes de la civilización china, decía que: “El sabio no atesora. Cuanto más ayuda a los demás, más se beneficia. Cuanto más da a los demás, más obtiene para él.”

Una solidaridad sin límites se desborda en amor por el prójimo. Nos ayuda a entender las dificultades y limitaciones de los demás, para poder dimensionar realmente cuál es nuestra misión en la tierra. El día a día se convierte en un desfile de tragedias individuales y colectivas que nos reiteran nuestra fragilidad humana. Es necesario entonces tener la empatía necesaria para mirar con compasión los hechos súbitos y dolorosos que alteran la cotidianidad de las personas y de la sociedad en general.

Nuestro entorno está llenó de ejemplos elocuentes que retratan el dolor de muchos. Miramos con absoluta perplejidad a comunidades enteras abandonando sus parcelas para preservar sus vidas, con lo que llevan puesto, y luego somos testigos de su retorno, lleno de incertidumbre y más miseria. Presenciamos a través de las imágenes que nos presentan los medios de comunicación, la diáspora de venezolanos, afganos, libios y ciudadanos de muchos otros países del mundo, desterrados por sus creencias, militancias o carencias… y seguimos impávidos.

Cuántos que de rodillas ante su dios claman misericordia por los que sufren, en la práctica suelen pasar la página de la realidad y librar el peso de su conciencia con muchas oraciones y pocas acciones. Ya Jesús en el Evangelio de San Mateo lo decía: “¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas!, que son como sepulcros blanqueados. Por fuera lucen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de podredumbre. Así también ustedes, por fuera dan la impresión de ser justos, pero por dentro están llenos de hipocresía y de maldad.”

El premio Nobel de la Paz en 1952 Albert Schweitzer, afirmaba que: “El primer paso en la evolución de la ética es un sentido de solidaridad con otros seres humanos.” Es inmoral por lo menos, cualquier discusión que se anteponga al sufrimiento de la gente. Unos pocos privilegiados de la vida, que se han dedicado a filosofar sobre la angustia ajena, a hablar de la pobreza desde la comodidad de los clubes sociales, o ver pasar desde un balcón la fatalidad del prójimo; no tienen la grandeza suficiente para que su acción sea solidaria y efectiva. Mi madre decía que las palabras sin acciones, podían con todo y servían para nada.

La solidaridad es en realidad una virtud, porque a través de ella mostramos la verdadera unión con otras personas y alcanzamos a compartir con sinceridad sus necesidades, sus inquietudes, sus aspiraciones, sin que tengamos que tener un lazo afectivo con ellas. Las personas solitarias, apáticas y de poca vida social, “cusumbo solos” como suelen ser llamadas en el lenguaje coloquial, aparte de rumiar su egoísmo, no tienen la capacidad de sentir en carne propia la tortura en la que se le convierte la vida a un sinnúmero de seres humanos.

Hay otros, especializados en hacer públicos sus sentimientos postizos, que mostrando un inmenso don de gentes, solo logran conquistar el corazón de los incautos. Esos son perversos, porque aprovechan el drama ajeno para convertirlo en un espectáculo circense y sacar réditos de su conmiseración artificial. Que bella esa frase del papa Francisco: “Tal vez la esperanza es como las brasas bajo las cenizas. Ayudémonos con la solidaridad, soplando en las cenizas, para que el fuego salga otra vez.”

Libardo Álvarez Lopera
Rector