Reflexiones desde Rectoría: El odio habita donde la inteligencia no tiene cabida

Nuestra debilidad humana nos lleva muchas veces a desfallecer ante la crítica mordaz y dañina que otras personas profieren contra nosotros. Nos doblegamos fácilmente ante el vil ataque de quienes nos odian y pretenden desmoronar nuestra autoestima, para luego hacer un festín sobre las ruinas de nuestro lacerado amor propio. De esas armas innobles se valen aquellos, que carentes de argumentos, quieren imponer sus criterios cuando su intelecto escaso, lo cambian por desbordados ataques personales, adobados con insultos de todos los calibres.

Steve Jobs, el cofundador de Apple, decía: “No dejéis que el ruido de las opiniones de los demás ahogue vuestra propia voz interior. Y lo más importante, tened el coraje de seguir a vuestro corazón y a vuestra intuición. De algún modo ellos ya saben lo que tú realmente quieres ser.” Gran reflexión para entender que nuestra misión en esta tierra ya tiene un rumbo premeditado, y que lo que hay que construir es la vía para que transite y se materialice.

Muchos hombres y mujeres que ya partieron hacia la eternidad, nos enseñaron con su manera de vivir la vida, que para cumplir nuestro propósito es necesario tener carácter y aferrarse a la intuición, esa que llaman muchos olfato para prever las consecuencias que se derivan de nuestros actos. Nuestra reciedumbre se convierte a la postre en la muralla que nos protege de los ataques inmisericordes que lanzan quienes por la debilidad de su carácter, gradúan de enemiga a media humanidad.

Cuando mi madre me veía inquieto, entregándole el sueño a mis preocupaciones, solía decirme: “Solo recuerda que la persona causante de tu insomnio, a esta hora duerme como si nada.” Desde ese momento comencé a comprender que las opiniones de mis críticos no deben llegar a mi corazón, ni los elogios de quienes son benevolentes conmigo, deben llegar a mi cabeza.

Para liderar el trabajo eficiente de un grupo de personas entregadas a una causa común, es necesario transmitirles fortaleza ante la adversidad y serenidad ante la prosperidad. Muchos estrategas políticos han acuñado el concepto de crear callo o cuero duro ante la crítica, como una manera de explicar la necesidad imperiosa de mantener la frialdad necesaria, ante la aparición inesperada de los problemas, que llegan como una borrasca. Un verdadero líder no debe preguntarse: “quién me va a dejar, sino quién me va a detener.”

El teólogo inglés Charles Haddon Spurgeon, repetía permanentemente esta frase: “Consigue un amigo que te señale tus errores, o mejor aún, recibe con agrado a un enemigo que te estará observando agudamente y que te herirá salvajemente. ¡Qué bendición será ese irritante crítico para un hombre sabio, y qué intolerable molestia para un hombre necio!”

Quienes aman la lisonja consideran como sus enemigos a quienes no son sus aduladores. Esa burbuja en la que envuelven muchas veces a los gobernantes y dirigentes sus más cercanos colaboradores, para no dejarlos conectarse con su entorno, termina por aumentar el caudal de enemigos, que sintiéndose ignorados, se arman de odio para atacar a quien presa de su corte, se convierte en víctima inocente de sistemáticos ataques.

El odio gratuito, ese que la humanidad prodiga a manos llenas, el que cunde por todas las redes sociales y se esparce sin control, envenenó el alma de la sociedad. Odio gratuito es el que pretende linchar al contrario, sin ninguna fórmula posible para considerar sus argumentos. El columnista del periódico Publimetro, Andrés Ospina, de una manera demoledora dice que: “El odio gratuito da al amable por lambón y al tosco y belicoso por héroe.”

Bienvenida la crítica de las personas sensatas y conmiseración para con la crítica que llega de seres enfermos por el odio. El odio habita donde la inteligencia no tiene cabida.

Libardo Álvarez Lopera
Rector