Reflexiones desde Rectoría: Lo que vale no dura. Lo que no vale se eterniza

Llegamos a la escalofriante cifra de cien mil personas fallecidas a consecuencia del covid-19 y seguimos de largo. El pico sin control de esta pandemia se volvió una extensa meseta, que sigue sembrando de dolor a miles de hogares colombianos, que tiene colapsado el sistema de salud a lo largo y ancho del país y que éticamente ha enfrentado la vida con la sostenibilidad económica. Ya no hay puestos de mando unificado en ninguna parte para controlar el coronavirus. Como toda noticia, sin importar su magnitud, se convirtió en parte del paisaje dantesco que nos acostumbramos a contemplar.

En catorce meses de contagios, muertes, personas en cuidados intensivos, confinamientos, restricciones, enfrentamientos, desempleo, carestía y cuanto mal sea posible pensar; se nos fueron para siempre padres, madres, hermanos, amigos y conocidos. Nada ni nadie pudo detener este vendaval que terminó apagando la vida y las ilusiones de muchos.

Como sea, nos hemos tenido que acostumbrar a vivir con el miedo y la incertidumbre. Estamos regresando a una supuesta normalidad, sabiendo que todo está igual, o quizá peor. Mientras unos dictan normas para que las aguas retornen a sus cauces sin que haya amainado la lluvia, otros se resisten a acatar las determinaciones gubernamentales, porque un dictamen oficial no garantiza que afuera, con un tapabocas puesto y un tarro de gel en la mano, estemos a salvo.

Este fin de semana en un noticiero de televisión, preguntaban a varios padres de familia si estaban dispuestos a que sus hijos volvieran a la presencialidad escolar. Uno de ellos manifestó que por ningún motivo iba a dejar que su hijo volviera a las aulas, porque nadie le garantizaba que los demás compañeros no trajeran la enfermedad de sus casas y se desencadenara un contagio masivo. Y es que la indisciplina social que se ha visto en su máximo esplendor durante esta pandemia, anula toda posibilidad de confianza de los ciudadanos. No basta con que un alto funcionario del gobierno pregone en una rueda de prensa que la tranquilidad nos llegó por decreto.

En nuestro país es increíble encontrarse con personas que a estas alturas siguen minimizando los efectos de esta tenebrosa enfermedad, quizá porque no están en el entorno de esos más de 100 mil fallecidos o casi 4 millones de contagiados. A lo mejor estos incrédulos se resguardan en la negación de una tragedia sin precedentes, creyendo que cerrando sus ojos la enfermedad no los verá y pasará de largo.

En el caso de las universidades, no me cabe la menor duda que desde el punto de vista físico y logístico, están listas para recibir a sus estudiantes en los campus. Estas sedes vacías son tristes. La razón de ser de un centro educativo son sus alumnos y docentes en plena actividad. Nadie puede imaginar un encierro y una ausencia indefinida. En algún momento tendremos que tomar la decisión de retornar a la presencialidad absoluta, pero esta determinación a pocos convence, si se adopta en el momento más grave de todos. Colombia está entre los 10 países del mundo que presentan las mayores cifras de mortalidad por esta pandemia.

Seguramente el regreso a las actividades cotidianas está siendo fuertemente presionado por una economía absolutamente afectada por las circunstancias. Al final de la historia, todo se remitirá a la responsabilidad de cada cual con su seguridad y su vida. Si no se cuida o si para su infortunio se contagia a pesar de haberse cuidado, dispóngase hacer la fila, que bien larga ya está, para poder que lo atiendan. Ojalá su cuerpo resista la insoportable espera.

Quizá la vida no nos había puesto en un dilema más grande como el que actualmente vivimos. Por un lado el encierro puede ser la manera más efectiva de cuidarnos, pero por otro, mantenernos confinados sepulta la economía, nos afecta emocionalmente a todos, acaba con la estabilidad de los hogares y termina empobreciéndonos más. El novelista español Ramiro de Maeztu decía que: “La vida se nos presenta en un dilema insoportable: lo que vale no dura; lo que no vale se eterniza.”

Libardo Álvarez Lopera
Rector