Reflexiones desde Rectoría: Esto se veía venir

No parece que la actual crisis que vive el país, con protestas y bloqueos de vías cada vez más constantes y beligerantes, con una economía galopando hacia el desastre y un radicalismo irreconciliable, vaya a tener un inmediato final. Cada colectivo social comienza a sacar de su arcón de amarguras, todo un rosario de frustraciones guardadas por años. Nadie los quiso oír y ahora se están haciendo oír.

En el año 1999 el inmolado exgobernador de Antioquia, Gilberto Echeverri Mejía, manifestó durante una conferencia en la sede del Politécnico Colombiano Jaime Isaza Cadavid en el municipio de Rionegro, lo siguiente: “El principal problema de Colombia no es la guerrilla. Es una bomba de tiempo, que amenaza con estallar en Medellín, Cali, Bogotá y Barranquilla, conformada por una gran masa de jóvenes que nunca han tenido oportunidades educativas, ni de empleo, ni de integración social. Ellos saldrán de sus barrios y comunas, avanzando hacia los centros comerciales, almacenes de cadena y grandes negocios, arrebatando lo que nadie les ha ofrecido. Por tanto dirigentes políticos, gobernantes, empresarios y líderes sociales, si no resuelven estas inquietudes y carencias estructurales, este es el futuro que nos espera.”

Que afirmaciones tan premonitorias del caos que hoy afronta nuestra patria. Nadie quiso escuchar el clamor, a veces silencioso, de una sociedad que fue represando las aguas del descontento y que ahora que se revienta la tupia, arrasa con todo lo que encuentra a su paso. Los oportunistas de siempre han encontrado el caldo de cultivo perfecto para poner en marcha sus acciones solapadas y camuflarse entre la muchedumbre ávida de justicia social, para incendiar sistemática y estratégicamente al país por todos sus puntos cardinales.

Los jóvenes hartos de esperar lo que no ha de llegar, se han volcado a las calles y a las plazas públicas, y en su gran mayoría han elevado sus voces de protesta ensordecedora y pacífica. Ya no creen en la palabra empeñada de nadie. Las cifras frías y contundentes nos dicen que los casi 3 millones 900 mil jóvenes entre 15 y 29 años que habitan en las cuatro principales ciudades del país, padecen un desempleo del 23,5 por ciento, según datos del Dane de 2021. En una ciudad como Cali por ejemplo, el 50 por ciento de sus jóvenes vive en situación de pobreza (datos de septiembre de 2014).

Es muy fácil desde la comodidad de los altos cargos de representación del Estado o desde las pomposas oficinas de los ejecutivos de las empresas privadas, con sueldos y prebendas desorbitantes, pensar en el país ideal e ignorar el país real. La pobreza es muy fácil verla pasar desde un balcón y asumirla simplemente como un objeto de estudio. Pero cuando las soluciones prontas y certeras se imponen, muchos son los que se rasgan las vestiduras, endilgándole toda la responsabilidad al régimen de turno. Todos ellos han podido actuar desde el principio, pero se han limitado a pasar inadvertidos mientras disfrutan sus emolumentos y teorizan sobre lo que no padecen y lo que no sienten.

La educción es el medio más idóneo para generar equidad en una sociedad. Eso no lo han querido entender desde las altas esferas. Aún se apela a la vieja costumbre de echar mano del presupuesto de colegios y universidades públicas, para atender otras urgencias. Pareciera que la educación es la alcancía disponible para cubrir gastos imprevistos, restándole la preponderancia que tiene en la construcción del presente y futuro de un país.

Nada más inequitativo, que no darle oportunidades por igual a nuestros jóvenes para que se formen y sean competitivos en igualdad de condiciones. Mientras que unos pocos privilegiados tienen infinidad de oportunidades para estudiar y acceder, a veces sin mérito, a los mejores puestos de trabajo, la gran mayoría depende de los exiguos y manoseados presupuestos destinados a la educación pública, para tener la oportunidad de poner en sus hojas de vida que son profesionales capacitados para tomar las riendas de Colombia.

A esta olla a presión se le taponó la válvula y estalló en pedazos. De todos los rincones y a diario, salen nuevos y viejos reclamos. Mientras unos marchan exigiendo sus derechos, otros aprovechan para sacar todo su arsenal delincuencial e irse en contra de la propia ciudadanía, que se desborda en las vías de pueblos y ciudades. Lo que pasa hoy no es nuevo. Un hombre bueno como Gilberto Echeverri Mejía, lo veía venir desde hace 22 años. Me llega a la mente una frase que escuché hace mucho tiempo en mi época de estudiante de universidad pública: “La desigualdad social es más violenta que cualquier protesta.”

Libardo Álvarez Lopera
Rector