Reflexiones desde Rectoría: Unidos en la diferencia

Uno de los momentos más difíciles de nuestra historia, en el que deberíamos estar unidos e integrados en un propósito común, nos encuentra más divididos que de costumbre. Parece que toda esta tragedia que vivimos, hubiese detonado las viejas rencillas, los odios heredados, los celos incontrolados, las verdades a medias y finalmente la inacción colectiva, que terminará por agravar más la sindemia o la suma de pandemias, en las que nos encontramos envueltos todos.

El fabulista francés Jean de La Fontaine, decía que: “Cualquier poder, si no se basa en la unión, es débil.” Todo poder ejercido por separado, es un tibio intento por gobernar a una sociedad cansada de ver controversias que solo dejan rencores esparcidos y heridas en los corazones. La indisciplina social que estamos afrontando, en buena medida se da porque la sociedad está harta de ver este circo romano y ha terminado por no acatar mandatos y por no creer en quienes los dictan.

Todas las acciones se deben enfocar a orientar a la comunidad, a presentar la realidad tal cual y a generar una solidaridad que redunde en la observancia de las medidas que se dictan para preservar la vida y la salud de los ciudadanos. Cada vez están más lejos los unos de los otros, ahondando el abismo de este doloroso momento que estamos viviendo, donde ya los médicos al filo de su ética, tienen que decidir prioridades para atender a unos y dejar morir a otros, ante el colapso de la red de salud que ya no da abasto.

Hoy más que nunca y a pesar de nuestras diferencias, debemos estar unidos monolíticamente en un solo propósito, dejando de lado los intereses personales y los egos encumbrados, que solo nos distorsionan la visión sobre este panorama casi dantesco. Mientras muchos ciudadanos lloran a sus muertos y hacen un peregrinaje desesperante por clínicas y hospitales rogando para que les reciban a sus enfermos, otros se regodean masificando peleas innecesarias. Mientras tanto a los oportunistas de turno, se les sirve en bandeja de plata su maléfico propósito de poner patas arriba a nuestro orden institucional y a nuestra tradición democrática. Toda decisión de gobierno es susceptible del escrutinio público, para eso habrá tiempo, una vez hayamos superado una emergencia como la que vivimos.

Nunca nuestras defensas habían estado más débiles, ni el oxígeno de la sociedad más escaso, como ahora. Ante una sociedad perpleja, la respuesta son titulares de prensa que dan cuenta de la garrotera, insultos inimaginables en las redes sociales, memes desobligantes que van de un lado a otro y una secuencia de desinformación que nos tiene a todos sumidos en un caos y en otra pandemia más, como lo es la de la salud mental colectiva.

Llegó la hora de la grandeza, pero no de aquella a la que le dedicamos rimbombantes poemas, sino a la real y práctica. A esa que está reclamando el ciudadano de a pie, que ahogado por la incertidumbre y la pobreza mayor que deja esta pandemia, está perdiendo a marchas aceleradas su fe y su esperanza. El Papa Francisco, en uno de sus bellos mensajes al mundo, nos invita a abandonar la frustración que provoca el no hacer o ser lo que quieren los demás. Y agrega que debemos reflejar cambios en la vida, que día a día, permitirán alcanzar la plenitud.

Lo peor que le puede suceder a una sociedad es perder su brújula, reconociendo que “no puede existir la unión sin la diversidad.” Nadie en sus cinco sentidos puede pensar en el unanimismo de las ideologías, pero si en la unión de fuerzas en medio de la adversidad. La grandeza de los seres humanos se mide también por su capacidad de deponer sus rencores, en momentos en que todos estamos llamados a actuar con prontitud y efectividad. Esta es una guerra por la vida, que no ganaremos si el tejido social se diluye en el ácido corrosivo de la animadversión.

Hago un llamado desde la academia a serenar los ánimos, a vencer la arrogancia, a perdonar sin condiciones y a actuar con generosidad. Si quienes orientamos la educación superior de nuestra sociedad, somos útiles para tejer redes, y lograr el acercamiento y la unión de todos desde la diferencia, cuenten con nuestro ánimo decidido para trabajar por ello. Hoy más que nunca el país, el departamento y la ciudad de Medellín, demandan lo mejor de nuestro talento. Recordemos que “no hay distancias cuando se tiene un motivo.”

Libardo Álvarez Lopera
Rector