Reflexiones desde Rectoría: Sacrificar el pollito sano para dar caldo a los enfermos

Parece que eso exactamente estuviera ocurriendo en nuestro país, cuando de cuadrar las finanzas públicas se trata. Cada vez más, vemos pasos de animal grande tratando de deficitar la educación pública superior, para poder compensar el faltante que está dejando la pandemia económica, que sumada a la pandemia del coronavirus y a la pandemia en la estabilidad psicológica de las personas, está creando una sindemia, término que ya están acuñando los científicos mundiales para hablar de varias pandemias a la vez que está soportando la humanidad.

En un comentario editorial de esta semana en el periódico El Colombiano, el doctor Ricardo Mejía Cano, afirma con toda razón, que al igual que hace 2 mil 500 años, la fórmula para mejorar la equidad es educación y conocimiento, y agrega que es mucho más efectivo que cualquier reforma tributaria. Sin embargo en nuestro medio la fórmula parece aplicarse al revés, por una visión miope de nuestros gobernantes, que apelando a las amenazas directas por una falta de flujo de caja para las próximas semanas, tratan de entronizar una reforma sin hígados, que no solo le mete más la mano al bolsillo de los asalariados, sino que le resta recursos a la educación superior, provocando dos pobrezas: la económica y la de formación de ciudadanos capaces de sacar a la sociedad del atolladero en el que se encuentra.

Sigue siendo la educación la política pública más golpeada de todos los tiempos. En las instancias de manejo de la hacienda pública no han querido entender que la educción debe tratarse como un derecho humano inalienable. Se sigue golpeando frontalmente la estabilidad de la educación pública a cargo del Estado, debilitando los recursos y las trasferencias que por lógica propia pertenecen a ella, dejando a la deriva a miles de colombianos de bajos recursos, que ven como sus congéneres de estratos más altos de la población, avanzan en su proceso de formación y se vuelven competitivos, mientras que ellos presencian el retroceso de sus sueños.

Pareciera que cerrar la universidad pública fuera el objetivo hoy en día. Parodiando el poema de Bertolt Brecht, primero vinieron por la educación, luego vendrán por otros frentes del desarrollo social. La salud es fundamental y la vida es sagrada, pero también lo es y en paralelo, la educación. El poeta romano Juvenal, creó la frase: “Mente sana en cuerpo sano” a finales del siglo primero y principios del segundo de nuestra era, queriendo profundizar sobre el equilibrio necesario que deben tener ambos conceptos. Salud e ignorancia no funcionan, como tampoco sabiduría y enfermedad.

No puede ser excusa que a las universidades públicas no les lleguen a tiempo los aportes oficiales o se los estén recortando, bajo el prurito de que primero es la atención a la pandemia, queriendo decirnos que prácticamente paralicemos nuestras labores, porque vamos en el segundo o tercer vagón del tren de las prioridades. De paso se anuncian “drásticas” medidas de austeridad, que a juicio de muchos connotados economistas, no son más que cantos a la bandera, que poco aportarán al déficit de las finanzas públicas. Estamos sacrificando el pollito sano, para dar caldo a los enfermos.

La educación superior en los establecimientos públicos no es una opción, es una prioridad. Somos en buena parte, unidades de cuidados intensivos y especiales para atender a cientos de miles de personas que buscan en su formación tener un futuro sano para ellos y sus familias. No es justo dejarlos tirados a la vera del camino, esperando que cuando sobren recursos, recobren su derecho irrenunciable a la educación. No habla bien de un país, que la gran mayoría de sus jóvenes tengan que esperar las migajas del presupuesto, para poderse formar y capacitar en conocimientos y valores.

¿O es que acaso debemos ser radicalmente fatalistas como para pensar que esta pandemia será para siempre y poner en modo espera a los demás renglones de la sociedad? Habla muy mal del liderazgo de nuestra dirigencia, la precariedad de las soluciones y la tibieza con la que se toman. Irse por el camino más fácil, de quitarle oxígeno a unos para dárselo a otros, terminará por ahogarnos a todos.

Libardo Álvarez Lopera
Rector