Reflexiones desde Rectoría: Necesitamos inspiración…

Otra más de las consecuencias de la pandemia del Coronavirus, es la incertidumbre en la que estamos numerosas instituciones y ciudadanos en general, por una falta de orientación precisa desde los principales entes gubernamentales, que con liderazgo y carácter nos señalen el rumbo que debemos seguir. Decisiones tomadas a cuenta gotas y a veces con temor de contradecir a los grandes centros de poder, hacen que muchos no sepan hacia dónde remar. La falta de contundencia de quienes tienen la responsabilidad de tomar las más importantes decisiones, está desalentándonos a todos.

La batalla de comunicados oficiales por las redes, los comentarios y distorsiones de la información sin ningún control por algunos medios masivos de comunicación, las contradicciones de personajes que no gobiernan sino que utilizan sus cargos de elección popular como tribuna “veintejuliera” para enrostrar los errores de los demás sin mirar los propios, la indisciplina social de quienes siguen minimizando esta cruda realidad y la presión de la economía frente a la imperiosa necesidad de proteger la vida, nos tiene confundidos a todos. Definitivamente estamos al garete.

Esta pandemia cogió a nuestra sociedad baja de defensas para poder enfrentar todas las crisis derivadas de esta catástrofe mundial. Si países desarrollados se han visto en calzas prietas para responder a los picos reiterados de la enfermedad, qué decir entonces de naciones en vía de desarrollo como la nuestra, que aparte de tener que luchar por cupos para comprar la vacuna en el mercado internacional, tiene que enfrentar la pobreza, la desigualdad, la corrupción y todo tipo de males endémicos que nos han hecho la vida a pedacitos siempre.

Pero no todo es culpa de la pandemia. Simplemente esta realidad nos ha exacerbado los ánimos y nos ha obligado a ser más conscientes de las múltiples imperfecciones que tenemos como colectivo. En el caso de la educación superior por ejemplo, es notable la discriminación selectiva que se tiene hacia las instituciones públicas de vocación técnica, tecnológica y de formación para el empleo, a la hora de asignar recursos económicos para funcionar y ofrecer mejor calidad académica. Pero cuando se trata de procesos de acreditación o de trámites de toda índole, el racero y el nivel de exigencia es igual al de las universidades estatales que reciben la tajada más grande del presupuesto y mayores consideraciones y ayudas.

Librar a veces una lucha solitaria por la equidad, se convierte en una cruzada desgastante que no se valora ni siquiera como una gestión proactiva en favor del progreso de las instituciones, y más bien se califica como una acción insolente, insolidaria y enemiga del sistema. Pareciera que quienes hacen notorias las fallas sistemáticas de la sociedad, estuvieran condenados a ser graduados de enemigos públicos. El miedo a hacer parte de ese grupo entrado en desgracia, ha provocado parálisis y atrasos que agravan el camino a soluciones que cada día se hacen más urgentes.

Nuestro sistema también necesita cuidados intensivos. No podemos seguir pensando que todo está muy bien, cuando muchas cosas van mal. No podemos continuar en un frenesí de medidas que pareciera que no tuvieran una proyección de sus consecuencias en el tiempo, sino que simplemente buscaran impactar la coyuntura. Las buenas decisiones son efectivas de acuerdo con el momento en que se toman. De qué sirve aplicar reformas que obligan a la gente a tributar más, cuando hoy en día el poder adquisitivo es menos. Una ley, un decreto, una norma, no son la panacea por su simple promulgación. Siempre hemos sabido que el papel puede con todo, pero al final no puede con nada.

Necesitamos coherencia a todos los niveles. Sentido de solidaridad y equidad para restablecer las ganas de seguir adelante. Hay que poner a funcionar el sentido común y la lógica a la hora de capitanear este barco que navega en medio de aguas embravecidas. Me encontré con una hermosa reflexión del exsargento estadounidense Johnny Joey Jones, quien sirviendo a las tropas de su país en Afganistán, perdió sus dos extremidades inferiores cuando se dedicaba a desactivar bombas: “La gente me pregunta cómo puedo permanecer tan positivo después de perder mis piernas… y yo les pregunto a ellos, cómo pueden permanecer tan negativos conservando las suyas.”

Libardo Álvarez Lopera
Rector