Reflexiones desde Rectoría: Todo tiene un precio, menos el conocimiento

El escritor ruso Anton Chekhov, sostenía que el conocimiento no tiene valor a menos que se ponga en práctica. Esa premisa sirve para soportar el valor del hacer aplicando los conocimientos adquiridos y los descubrimientos revelados. Igualmente sirve para explicar la diferencia entre receptores y perceptores, los primeros dedicados a recibir información y los segundos a recibirla y procesarla para hacerla útil en la toma de decisiones.

Por eso, llegó la hora de comenzar a hablar con claridad y sin tapujos de una reforma estructural a la educación que impartimos en Colombia a todos los niveles. Es el momento de atender con todos los sentidos, el clamor de la sociedad frente a las necesidades urgentes que tiene para seguir enfrentando una realidad cada vez más cambiante. El conocimiento rígido y alejado de la praxis, nos hace cada vez más ineficientes para atender los retos de un mundo moderno, donde cada vez las brechas del conocimiento son más profundas.

El utilitarismo impuesto por la creencia del conocimiento que enriquece y el que no aporta ningún rédito material, nos ha llevado como en una línea de producción a entregarle al mundo cientos de personas que saben lo mismo, innovan poco y solo esperan que el solo título resuelva por siempre sus expectativas de vida. Nos encontramos con una sobreproducción de profesionales en ciertas áreas y una escasez absoluta en otras, generando un desbalance grave para mantener activo el motor de la producción.

Sin grandes motivaciones interiores el más prestigioso título adquirido con dinero, no nos aportará ningún conocimiento verdadero, ni propiciará ninguna auténtica metamorfosis del espíritu. Esta cita es de una magistral conferencia del filósofo italiano Nuccio Ordine, sobre la utilidad de lo inútil. Y agrega que solo el saber puede desafiar una vez más las leyes del mercado, que pretenden siempre una ganancia y una pérdida. Yo puedo poner en común con otros mis conocimientos sin empobrecerme.

Cuántos hombres y mujeres que invirtieron largos y costosos años en aprender, hoy no cumplen los requisitos para hacer, dejando una estela de frustraciones frente a un sistema que no responde a sus expectativas. Se impone por ejemplo una educación para el trabajo en grandes segmentos de la sociedad, donde sus prioridades se enfocan a una supervivencia digna. Por décadas hemos sido testigos de la manera como profesionales de una determinada disciplina, deben renunciar a la práctica de los conocimientos adquiridos, a cambio de ejecutar labores para las que no fueron formados, pero que son las únicas opciones para conseguir el sustento diario.

Otra realidad que ha hecho carrera en nuestra sociedad, es que las instituciones de educación ofrecen programas sin pertinencia, sobre todo en las zonas alejadas de las grandes urbes. Los jóvenes por no quedar por fuera del proceso de formación acceden a ellos y finalmente terminan dándose cuenta de que sus estudios no pueden ser ejercidos en favor de su crecimiento personal y mucho menos para participar de los procesos de desarrollo que demandan sus propias comunidades.

No podemos temerle al análisis crudo de nuestra manera de educar a las futuras generaciones. El filósofo Nuccio Ordine, también afirma que la educación no empobrece nunca. Si dos estudiantes salen para su universidad llevando cada uno una manzana y al encontrarse la intercambian, cada uno volverá con una manzana a su casa. Pero si esos dos mismos jóvenes salen con una idea, se encuentran y las intercambian, ambos retornarán a su casa al menos con dos ideas. La educación siempre enriquece en un círculo virtuoso a todos sus protagonistas.

La pobreza, la corrupción, la carencia de oportunidades, la ausencia de equidad y toda esa larga lista de males endémicos de nuestro tiempo, son fruto de la falta de evolución de nuestros conocimientos. Los seres humanos buscamos la felicidad con el fin supremo de nuestra existencia, pero creemos equivocadamente que el único fin del conocimiento es la rentabilidad y se nos olvida que la felicidad no tiene precio, sino que lo vale todo.

Libardo Álvarez Lopera
Rector