Reflexiones desde Rectoría: Primero útiles y después importantes

En sus tiempos, Winston Churchill afirmaba que el problema de nuestra época consiste en que los hombres no quieren ser útiles sino importantes. Y esa frase que parece hecha ayer para muchos de los seres humanos de hoy, sí que tiene vigencia. En medio de egocentrismos enfermizos y de una cultura de idolatría a la imagen, muchos personajes públicos suelen mirarse al espejo tres veces antes de pensar una sola vez, lo que hacen y lo que dicen.

Se cuenta que hombres y mujeres que viven bajo la efímera ostentación de poder, suelen consultar antes de desayunar los resultados de la encuesta del día, no para enterarse si la percepción de lo que hacen es buena o mala, sino para que como en la historia de la malvada reina del cuento de Blanca Nieves, ese espejo les repita una y otra vez que ella es la más bella del reino.

Ese inmenso don de gentes que algunos tratan de mostrar bajo cargas de maquillaje y excesos de sonrisas, rápidamente se va diluyendo con la realidad, para descubrir que no son más que artimañas utilizadas por sus estrategas para engañar a la gente, para conseguir su apoyo y luego traicionarlos miserablemente.

Cuentan testigos de excepción, que en Antioquia había un dirigente que ocupaba un alto cargo de representación popular, que antes de bajarse de su carro blindado, hacía toda una catarsis para poder soportar los abrazos, los besos y hasta los empujones de la muchedumbre. Y que una vez concluía esa tormentosa experiencia para él, volvía a su vehículo oficial y se embadurnaba de gel antibacterial, para poder soportar el asco que le provocaba el “populacho”. Y que conste que en esa época no estábamos en pandemia.

Por eso estamos como estamos. Cientos de supuestos líderes posan de redentores ante la sociedad. Manipulan a su antojo a las personas que con su excelsa cualidad de la humildad, acuden a ellos para tratar de encontrar soluciones a su inmensa lista de necesidades. Sin ningún decoro, estos ególatras, a los que parece que no les circulara sangre por la cara, porque ni colorados se ponen; simulan escucharlos, prometen ayudarlos y terminan por traicionarlos.

El Libro de Eclesiastés tiene una frase contundente: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”. Eso nos indica que la arrogancia es propia de quienes no tienen la capacidad de que sus actos hablen por ellos, sino que sea su imagen la que interprete la pequeñez de su trascendencia. Minúsculos corazones incapaces de albergar buenos sentimientos, y monumentales ídolos de barro que van perdiendo sus mejores rasgos con el paso del tiempo. Cuántos que ayer vimos alardeando su poder inservible, hoy son el recuerdo de nadie y la obra de nada.

Durante su homilía en una misa campal en la Plaza de La Revolución de la Habana - Cuba, el Papa Francisco lanzó una frase demoledora para aquellos que están convencidos de que son seres superiores sobre la tierra. Dijo el Pontífice: “Quien no vive para servir, no sirve para vivir”. Para ser grande hay que servir a los demás, no presumir de fatuas posturas, infundadas y ridículas.

Esos filipichines que se pavonean por los medios de comunicación, por los salones de la alta oligarquía y por los espacios públicos que utilizan como pasarelas, suelen hablar mucho y hacer poco. Se convierten en parásitos sociales, acostumbrados a libar del esfuerzo de los demás, para luego eternizar en placas de mármol y titulares de prensa; obras que nunca hicieron, favores que nunca pagaron y desilusiones que siempre dejaron.

El novelista francés, Honoré de Balzac lo dijo hace más de 150 años: “Hay que dejar la vanidad para los que no tienen otra cosa que exhibir”.

Libardo Álvarez Lopera
Rector