Reflexiones desde Rectoría: No instrumentalicen a nuestros jóvenes

No hay otro reclamo más legítimo para los jóvenes, que exigirle a toda la sociedad que los deje vivir, que les permita procesar la información de sus entornos para que lleguen a sus propias conclusiones. Algunos viejos, desbordados por sus odios y pasiones interminables, no pueden seguir descargando todas sus frustraciones en quienes apenas están empezando a tomar sus propias decisiones.

Es devastador el panorama actual, lleno de intereses torcidos tratando de conquistar la voluntad de nuestra juventud, para volverla un instrumento de caducos métodos de acción ideológica. Los ponen de escudos humanos, a riesgo de sus propias vidas, para que los de siempre y desde sus trincheras, observen si sus estrategias cobardes dan resultado. Si no es así, ellos no pierden nada, todo lo habrán arriesgado nuestros jóvenes.

En los últimos 20 años Colombia ha tenido que soportar 93 masacres, la mayoría de ellas han dejado como víctimas a personas de menos de 25 años. Esas masacres, como las de los últimos días, han llenado de luto a numerosas familias en los cuatro puntos cardinales de la patria y son una muestra más del abuso que se está cometiendo contra nuestros muchachos.

Pocos se deciden a brindarles oportunidades reales. Muchos en cambio, los utilizan miserablemente para que vendan sus cuerpos, arrastren su dignidad por el piso, se envenenen con sus malditas drogas, se conviertan en mulas para distribuirlas, atenten contra la vida de las personas, o destruyan el patrimonio público y privado.

Es doloroso ver a nuestra juventud arrastrada al abismo, sin que existan políticas contundentes para sacarla adelante y para mostrarle alternativas de vida digna. A esta sociedad corrompida por el dinero fácil y por las artimañas de quienes han hecho de la muerte una forma de vida, la juventud se les convirtió en la punta de lanza de sus infames propósitos.

Detrás de cada joven involucrado en acciones dolorosas o en protestas sin norte, existe una historia, casi siempre trágica, llena de carencias y frustraciones. Con tan pocos años de vida, muchos de nuestros jóvenes ya han perdido su capacidad de soñar. Se han convertido en sobrevivientes de una sociedad que menoscaba sus propósitos y que solo les extiende la mano para que sean los artífices de lo que muchos no son capaces de hacer.

A la juventud hay que acogerla y tenerla en cuenta. Hay que darle la oportunidad de expresar sus opiniones y manifestar sus desacuerdos. Dejemos que ellos mismos tracen sus propias metas y reclamen lo que verdaderamente requieren para vivir en armonía con la sociedad. No les impongamos dogmas ajenos. No los pongamos a dar vueltas en una ruleta donde siempre son ellos los que salen a deber.

En la rebeldía desmedida de muchos jóvenes, no hay más que gritos ahogados por la inconformidad de tener que afrontar tan pronto en la vida, todo tipo de vicisitudes. Seguramente están cansados de tantas necesidades acumuladas, de los maltratos, los reclamos, las descalificaciones y las obligaciones tempranas a las que han sido sometidos. Muchos de ellos son niños a los que la sociedad del mal les ha acelerado los años, para convertirlos en jóvenes llenos de arrugas en el corazón y el alma.

Como educador, como padre de familia, como dirigente y como simple ciudadano; me niego a aceptar esta realidad que vive nuestra juventud. Cualquier esfuerzo será insuficiente para devolverles la credibilidad en el mundo que les tocó vivir. Hay que acompañarlos, escucharlos y quererlos. Una sociedad que los desprecia de manera sistemática, es una sociedad inviable. ¿Supuestamente no repetimos una y otra vez que son ellos el futuro de todos?

La juventud tiene todo el derecho a conocer el amor, a valorar la lealtad, a experimentar la vida, a construir sus propios caminos y determinar sus singulares destinos. La juventud soñadora y libre, solo necesita espacios para trazar su realidad y edificar su propio destino. La escritora norteamericana, Pearl S. Buck, dice en uno de sus poemas: “El entusiasmo es el pan diario de la juventud. El escepticismo, el vino diario de la vejez.”

Libardo Álvarez Lopera
Rector