Reflexiones desde Rectoría: Profesor ayer, hoy y siempre

La calidad de educador la acredita ante todo la vocación de enseñar, la inquietud permanente por descubrir nuevas realidades, la capacidad de analizar incluso desde el desacuerdo, el espíritu altruista de compartir sin egoísmos todo lo aprendido y reconocer con humildad todo lo desconocido. El verdadero maestro entrega su vida a formar a sus discípulos sin ninguna discriminación de raza, sexo, condición social, ideología, modo de pensar y de ser.

Con paciencia van tejiendo la filigrana de la sociedad, esa misma paciencia que hoy demandan aquellos que durante años han impartido sus clases en las aulas, de frente a sus estudiantes y con el poder del convencimiento. De la noche a la mañana las nuevas generaciones les exigen que manejen a la perfección los recursos virtuales, como si hubieran nacido con ellos.

Cuando estamos concluyendo este semestre 2020-1 y en medio de esta nueva realidad que nos desborda, seguimos adelantando afanosamente los procesos de adaptación a las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones de los maestros de antes y de ahora, que han tenido que trasladar sus salones de clase a una pantalla de un computador, cuya frialdad aún no convence a muchos.

En menos de cuatro meses es imposible pretender creer que el futuro de la educación está exclusivamente en esas tecnologías, cuando incluso muchos jóvenes han desertado de las universidades o reclaman hasta con rabia, por no poder estar en ellas, para poder utilizar laboratorios y escenarios deportivos, socializar sus aprendizajes y poner en práctica aquel postulado de que el ser humano es un ser social por naturaleza.

Incluso se cuestionan los costos de las matrículas, aduciendo que no pueden ser los mismos que cuando hay presencialidad. Esto reivindica la importancia de esta modalidad educativa, sin negar que la tecnología se estableció desde hace varios años, para quedarse definitivamente en nuestras vidas.

No se puede descalificar la idoneidad de un maestro, simplemente porque en el término de unas cuantas semanas no le coge el ritmo a la virtualidad. Muchos tecnócratas están aprovechando estos momentos provocados por la pandemia del Covid-19, para tratar de darles un empujón y sacarlos de circulación. ¿Habrá ingratitud más grande que esa para con estos valiosos hombres y mujeres de academia?

Hay que darles tiempo, hay que enseñarles con dedicación como lo han hecho ellos por años con sus alumnos, y no condicionar su permanencia en el mundo de la docencia, simplemente porque no tienen la capacidad de asimilar las nuevas tecnologías a la velocidad de un “millenials” o de un joven de la “generación Z”.

Causa desconcierto y dolor ver la forma como algunos se burlan de los “viejos” profesores. Los confunden en medio de las clases virtuales para hacerlos quedar en ridículo cuando presionan el botón del computador que no es. Los hostigan para que en el término de la distancia tiren a la basura sus libros llenos de notas al margen y la deliciosa semántica de sus intervenciones, y los cambien por la hegemonía del ciberespacio.

No hay que negar una realidad que es latente, solo hay que tener tolerancia en los procesos de adaptación de las anteriores generaciones y no creer que todo lo pasado se debe desechar. ¿Cuántas veces el clavo viejo y corroído, termina manteniendo una estructura en pie? Que no crean algunos “baby boomers”, esos que nacieron entre 1949 y 1968, hoy dedicados a hacer política buscando tener empatía con las nuevas generaciones, que es descalificando a quienes han hecho grande a la educación, como vamos a establecer los nuevos modelos pedagógicos.

Necesitamos de la sabiduría del maestro que con sus métodos quizá añejos dicta cátedra moderna y de los maestros jóvenes que reconocen en el pasado los cimientos del futuro, utilizando los nuevos recursos que nos da el mundo de hoy. Ya lo decía sabiamente el filósofo y estadista chino Confucio: “Quien volviendo a hacer el camino viejo aprende el nuevo, puede considerarse un maestro”

LIBARDO ÁLVAREZ LOPERA
Rector