Reflexiones desde Rectoría: El peor dilema ético de nuestra historia

Todas las cifras indican que estamos entrando al pico de la pandemia del Covid-19 en la mayoría de las regiones del país. Las cifras de las UCI con ventiladores mecánicos desocupados, se reduce dramáticamente a medida que pasan las horas. Ante esta preocupante realidad aparece en la escena, quizá el dilema ético más grande que hayamos podido tener en Colombia.

Quedará a criterio de los médicos de las unidades de cuidados intensivos, atender con la tecnología disponible a un enfermo grave y dejar a otro sin esa atención hasta que su vida se extinga. Solo pensar en eso nos llena de dolor y de dilemas. Esa realidad ya la han vivido países de Europa y el resultado ha sido hasta el suicidio de varios médicos en medio de la desesperación y la impotencia, al tenerse que ver obligados a tomar una decisión de esa magnitud.

El criterio que a juicio de muchos debe ser el determinante, es el de la esperanza de vida que pueda tener uno y otro paciente, luego de recibir todas las atenciones que la ciencia médica tiene a su disposición. Y en ese sorteo macabro por la vida, las personas mayores llevan la peor parte. Sus cuerpos deteriorados por los años y las interminables jornadas de esfuerzos, sufrimientos, alegrías y trabajos, por lógica natural tienen menos futuro que los cuerpos de la mayoría de las personas más jóvenes.

Durante esta emergencia sanitaria que lleva ya más de 4 meses, el llamado insistente de las autoridades y los epidemiólogos, es que todos y cada uno de nosotros asumamos con responsabilidad el autocuidado para no contagiarnos y luego convertirnos en fuente indiscriminada de contagios. Muchos no han hecho caso, se han dedicado en medio de su irresponsabilidad a desafiar la vida. Las cifras de las autoridades tratando de disolver fiestas clandestinas y aglomeraciones desenfrenadas, son alarmantes.

Y mientras unos se quedan en sus casas cuidándose de no adquirir el virus, casi siempre los más viejos, otros, en su mayoría los más jóvenes, omiten cualquier medida de bioseguridad y deambulan por las calles como si hubieran comprado un seguro para vivir eternamente. A la hora de contagiarse, unos sin culpa y otros con un mal buscado, en las UCIS muy seguramente privilegiarán el cuerpo joven con esperanza, al cuerpo viejo y gastado. Habrá ganado entonces el sorteo de la vida el que no se cuidó.

A través de los siglos, hechiceros y soñadores de todas las pelambres se dedicaron a buscar por todo el mundo la fuente de la eterna juventud. Cuenta la historia que el explorador español Juan Ponce de León, tratando de encontrar esa fuente, descubrió los territorios de la Florida en los Estados Unidos. Esa creencia milenaria aún persiste en nuestros tiempos. Muchos consideran que la juventud es eterna e infalible y que es posible desafiar la vida una y otra vez.

El poeta nicaragüense Rubén Darío, dice en una de sus obras: “Juventud divino tesoro, ¡ya te vas para no volver! Cuando quiero llorar no lloro y a veces lloro sin querer.

Hoy cuando esta pandemia se extiende sin control y amenaza con desbordar cualquier capacidad de nuestro sistema de salud, se hace urgente un llamado a nuestros jóvenes para que se cuiden y cuiden a sus viejos. Para que no tengamos la triste realidad de poner a competir una vida con otra.

Y también el llamado es a la sensatez de los mayores. Hace unos cuantos días un grupo de ciudadanos a través de un movimiento que llaman “La revolución de las canas”, ganó una tutela para que se les permitiera salir a las calles sin mayores restricciones, alegando igualdad en el trato en medio de esta crisis. ¿Será que esos mismos inconformes estarán dispuestos a responder por los riesgos de no tener un confinamiento consciente y evitar entrar al sorteo de la vida en las UCI?

Palabras sabias la de aquel viejo bolero cantado por el puertoriqueño Daniel Santos: “En el juego de la vida, juega el grande y juega el chico. Juega el blanco y juega el negro. Juega el pobre y juega el rico. En el juego de la vida, nada te vale la suerte, porque al fin de la partida gana el albur de la muerte.

LIBARDO ÁLVAREZ LOPERA
Rector