Reflexiones desde Rectoría: No seremos los mismos

Hay una realidad irrefutable, luego de que pase lo más grave de esta pandemia de coronavirus, ya no seremos los mismos. Quizá seremos seres humanos mejores, menos complejos y más elementales en nuestra forma de vivir. De toda gran crisis, deben quedar experiencias y enseñanzas que debemos aplicar para seguir adelante.

Seguramente después de las pérdidas y sacrificios acumulados, valoraremos más a quienes están a nuestro alrededor, a lo que hemos logrado conseguir con nuestros propios esfuerzos y procuraremos aportarle más a un mundo que nos lo ha dado todo y al que le hemos retornado muy poco. Por estos días hemos tenido que vivir con lo que necesitamos. Lo superfluo, el lujo y el consumismo en exceso, han pasado a un segundo plano.

Los seres humanos nos llenamos de cosas y no de causas. Con razón decía el Papa Francisco en uno de sus mensajes Apostólicos, que no conocía un solo cortejo fúnebre que fuera seguido por un camión de mudanzas. La simpleza de nuestra existencia tiene que ir apoyada por la grandeza de nuestros actos. Hoy más que nunca la vida nos ha vuelto a notificar de la fragilidad de nuestra existencia, de lo efímero que es nuestro paso por esta tierra y que solo trasciende el legado que dejamos en la memoria de quienes nos rodean.

No seremos los mismos, porque en tan corto tiempo hemos podido extrañar inmensamente el real valor que tiene un beso y un abrazo. Porque hemos sido testigos de la valentía de hombres y mujeres que están dispuestos a sacrificarlo todo por el bienestar común. Porque poco a poco hemos tomado conciencia de que el remedio para la cura de nuestros grandes males, somos nosotros mismos.

Aprendimos en estas circunstancias, a entender que el mundo no es nada sin una comunicación fluida y oportuna. A que los millones acumulados en los bancos no sirven si no tenemos la libertad y la oportunidad de invertirlos y gastarlos en bienestar propio y de quienes nos rodean. Nos acostumbramos a guardar distancia física y no afectiva de los demás, y a preguntar con real interés cada mañana y al final del día, cómo están aquellos que habitan en nuestro corazón.

Les tocará a muchos como el Ave Fénix, resurgir de sus cenizas y comenzar un nuevo camino. Será difícil pero no imposible. Con ímpetu tendremos que enfrentar los nuevos retos, y juntos, cogidos de la mano, echar a un lado la esclavitud de nuestros odios y acudir al perdón como la mejor vacuna para nuestras enfermedades del alma, esas sí mucho peores que las pandemias que nos asechan.

Después de esta tormenta seremos más conscientes de nuestro cuidado personal, de la calidad de vida que buscamos tener, del inmenso valor que hay en el paisaje, en el canto de un pájaro y en el poder infinito de la palabra, te quiero. Aprenderemos a dar a las personas el mismo valor que ellas nos dan, pero también a demostrarle a nuestros detractores, que la ingratitud solo saca lo peor de la condición humana.

Indudablemente seremos distintos, aunque ya somos mejores. Este otro golpe de la vida nos ha enseñado a ser valientes y recursivos. Los pregoneros del desastre no tendrán cabida en quienes tenemos fe en Dios y en la bondad de los seres humanos. Esto también pasará.

Quiero concluir esta reflexión, con un párrafo de El Principito, la más importante obra literaria del escritor y aviador francés, Antoine de Saint-Exupéry. “Duele. Duele un montón. Pero va a pasar, y cuando sane, más fuerte vas a brillar, más alto vas a volar, más libre vas a soñar. Y vas a entender, que algunas historias terminan, para que otras mejores puedan empezar.”

Libardo Álvarez Lopera
Rector