REFLEXIONES DEL RECTOR DEL “POLI” EL TIEMPO PASA

“Solo hay dos cosas que podemos perder: el tiempo y la vida; la segunda es inevitable, la primera imperdonable”

José María Franco Cabrera

No valoramos el tiempo porque supuestamente es un bien intangible que se reproduce cada día. Creemos que la vida por sí misma, es una fábrica de tiempo inagotable y por ello lo dilapidamos sin saber que es quizá el bien más preciado que tenemos. Cuando se acaba, ya no hay más nada que hacer y eso sucede en una fracción de segundo.

Se dice que cuando nacemos, somos ricos en tiempo, que para los jóvenes el tiempo es un activo inmenso por el cual no es necesario aún preocuparse. El poeta argentino Pedro Bonifacio Palacios “Almafuerte”, dice en uno de sus Siete Sonetos Medicinales que: “Todos los incurables tienen cura, cinco segundos antes de la muerte”. Tratar por cualquier medio de prologar la vida, es quizá el acto más grande para valorar el tiempo en su justa dimensión.

Desde las universidades públicas y desde la sociedad misma, donde estas instituciones son fundamentales, vemos con profundo dolor como se menosprecia por parte de algunos, el tiempo. Hay una gran diferencia en poder realizar un ciclo académico en el tiempo fijado, o prolongar sin control el paso de los semestres sin que se pueda fijar una fecha para darle tasa de retorno a un esfuerzo inconmensurable que conjuga tiempo y dinero.

Mientras los mismos estudiantes de universidades privadas tienen continuidad en sus procesos de formación, los de las instituciones oficiales afrontan retrasos considerables que les restan competitividad y confianza en el mercado laboral. Nada más inequitativo socialmente, que el tiempo que pierden los estudiantes de las universidades públicas, envueltos la mayoría de ellos sin querer, en una protesta que cambia abruptamente su razón de ser, cuando se vuelve violenta e irracional.

El tiempo es vida, y también felicidad. El tiempo no espera a nadie. Mientras unos van de frente para alcanzar sus logros, otros, casi siempre los de menos recursos económicos, caminan a paso de tortuga, en una procesión sin santos, sin velas y sin rezos.

A nadie bueno le sirve una universidad cerrada. Ese tiempo que se mantiene sin actividad, es un tiempo triste, perdido e irrecuperable. Mientras quienes tienen mejor capacidad económica siguen de largo, a los de menos recursos, el tiempo se les va como el agua entre las manos. Si no existen datos certeros de las pérdidas económicas que generan las protestas, los cierres, los paros y los actos violentos de los encapuchados, mucho menos sabremos cuál es el valor del tiempo perdido de todos. Nadie nos lo va a pagar.

Tenemos que entrar en razón. No podemos hipotecar nuestro tiempo. Quizá algunos no tengan necesidad de aprovecharlo, porque sus vidas son tan vacías, que el tiempo se les convierte en un dura carga para llevar a hombros. Pablo Milanés, cantautor cubano, en una de sus más reconocidas canciones lo repite una y otra vez: “Porque el tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos. Yo el amor no lo reflejo como ayer. En cada conversación, cada beso, cada abrazo, se impone siempre un pedazo de razón.”

La materia más importante por ganar de nuestros jóvenes estudiantes, es la del tiempo. Ninguno tendrá forma de habilitarla o presentar un examen supletorio para recuperarla. Esa materia no admite exámenes, ni trabajos en grupo, ni mucho menos talleres dirigidos. Esa asignatura la evalúa la vida segundo a segundo.

En defensa del tiempo, muchos científicos ya están buscando la forma de cómo prologarlo en la vida de los seres humanos. Nadie les garantiza que sus esfuerzos serán recompensados con el descubrimiento de una fórmula mágica. Mientras tanto, quienes disponen de él, lo menosprecian. Todo será susceptible de conseguir y de recuperar, menos la vida… y la vida es tiempo sobre esta tierra.

Que esta reflexión sirva para hacerle un llamado urgente, si se quiere desesperado, a nuestros jóvenes universitarios: no permitan que unos pocos les roben lo único realmente valioso que tienen, su tiempo. Es solo de ustedes y de nadie más.

Libardo Álvarez Lopera
Rector