Reflexiones desde Rectoría: Todo lo llevamos al límite

Nos acostumbramos como seres humanos a llevar todo al límite, a ir hasta las últimas consecuencias para devolvernos al principio de las cosas. Pareciera que morbosamente nos regocijáramos con las crisis y todas sus consecuencias, para luego sacar del sombrero del mago, las soluciones por las que se exacerban los ánimos, se generan tragedias y se deja un lastre de rencores insuperables.

Pero más vale tarde que nunca. El Gobierno Nacional ha anunciado la destinación de más de 600 mil millones de pesos para que la matrícula cero sea una realidad para casi 700 mil estudiantes de los estratos uno, dos y tres, que estén matriculados en las universidades, y las instituciones universitarias, técnicas y tecnológicas del Estado para el segundo semestre de 2021. Cabe resaltar que en este presupuesto participan también gobernaciones y alcaldías.

Esta ha sido una de las exigencias más reiteradas de los jóvenes desde hace varios años, pero hemos tenido que pasar por situaciones de profunda gravedad para llegar a una decisión de esta magnitud. ¿O es que para que aparezcan los dineros necesarios para solucionar latentes problemas sociales, como el de una educación inclusiva y moderna, es necesario revolcar al país, generar más pobreza y crear un estado de conmoción interna y pésima imagen externa, que terminan por perjudicarnos a todos?

Esta sociedad se ha desarrollado con parámetros de niño malcriado, al que le tienen sus padres que contar hasta diez para que desista de hacer sus travesuras, con la amenaza de que si no lo hace recibirá su respectivo castigo. Cuando el muchacho le logra medir el aceite a sus progenitores, ya estos optan por no contar hasta diez, sino que lo hacen hasta 20. Primero se cansa el muchachito de desobedecer, que los papás de contar. Todo lo llevamos al límite.

Pero llegó la hora de dejar atrás los reproches, de pasar la página y de seguir buscando las soluciones efectivas y oportunas a las múltiples necesidades de la gente. Tenemos que recuperar el tejido social, que se nos está diluyendo en una lucha frenética de egos, insultos, desinformación y caos. Nadie va a salir de esta crisis bien librado. Los múltiples daños ya están hechos; ahora lo que nos corresponde es levantar la moral, reconstruir y seguir para adelante.

El respeto absoluto por los derechos humanos, la economía estable de los hogares, el acceso a empleos dignos, la cobertura universal de la atención en salud y la oportunidad de estudiar, entre otros, son anhelos sociales que siempre han buscado su reivindicación. Con tantas vueltas que hemos dado para alcanzarlos, nos hemos embriagado de frustraciones. La olla a presión del descontento general nos ha explotado en la cara varias veces, le hemos puesto paños de agua tibia a heridas que requieren sanarse desde adentro.

Así como se ha dado un paso hacia la matrícula gratuita para los estudiantes de estratos uno, dos y tres de instituciones públicas de educación superior, debemos seguir caminando para encontrar respuestas contundentes a los demás reclamos de la sociedad. La ruta a seguir debe ser lograr una atención en salud digna para todos los habitantes del país, sin ningún distingo. Debe acabarse con el maquiavélico carrusel de la muerte, con la búsqueda obligada de un padrino para conseguir un medicamento o un cupo en una UCI. Deben desaparecer de una vez por todas las filas interminables para que sea atendida con prontitud una urgencia médica.

Las ramas del poder y las instituciones tienen que transformarse radicalmente y adecuarse a las necesidades de nuestros tiempos. Esos odiosos privilegios que tienen altos funcionarios y dignatarios, ofenden la realidad nacional. Lo mismo ocurre con algunos empleados del sector público y privado, que ganan considerables salarios y ni siquiera cumplen con las cargas laborales y los horarios establecidos para el resto de los ciudadanos.

El anuncio hecho para la educción, no debe ser por un semestre, debe convertirse en una política pública permanente. La educción más que un derecho es una obligación del Estado. Pero para todos esos propósitos, necesitamos líderes genuinos y no improvisados caudillos, a los que solo se les ocurren ideas anarquistas, que a la postre, se convierten en punzantes armas contra la misma comunidad que dicen defender y representar. La fuerza pública debe replantear sus procedimientos y acentuar la formación humanista de sus integrantes.

Todos tenemos derecho a que se nos respete la vida, honra y bienes. La sociedad debe sentirse protegida por sus autoridades legítimamente constituidas y no amenazada por el abuso del poder. Es necesario que haya claridad y justicia a la hora de encontrar los responsables de las desapariciones forzadas, los asesinatos de líderes sociales y la represión oficial. Pero también es urgente que esa mima justicia y esos mismos defensores nacionales e internacionales de derechos, fijen su mirada en el destrozo de los bienes públicos y privados y en los ataques violentos que han sufrido miembros de las fuerzas del Estado. Todos por igual somos objeto de derechos y de deberes.

“El respeto es la base del entendimiento entre los seres humanos; tenemos que aprender a respetar, para que los demás nos respeten.”

Libardo Álvarez Lopera
Rector