Reflexiones desde Rectoría: La autonomía de la libertad

La definición de autonomía universitaria es muy simple y a la vez tajante: “es la independencia política y administrativa de una universidad pública, con respecto a factores externos”. En otras palabras, es la garantía que tiene una institución de educación superior de trabajar por el conocimiento y el pensamiento, puestos al servicio de la transformación de la sociedad, sin que medien intereses que lo único que persiguen es crear guetos burocráticos, dejando de lado el espíritu de una formación pertinente, libre pensante y moderna.

Una insaciable tendencia a dominarlo todo, tiene en peligro precisamente esa autonomía. El objeto misional de las universidades y en especial de las públicas, no puede desdibujarse en una lucha sin cuartel por su manejo. Esa práctica perversa terminará condenando a estas instituciones a unos gobiernos corporativos en manos de personas sin los conocimientos necesarios, capaces de ponerlas a la altura de las expectativas que todos tenemos de ellas.

El artículo 69 de la Constitución Política de Colombia, garantiza la autonomía universitaria y señala claramente que las universidades podrán darse sus directivas y regirse por sus propios estatutos. Además, el Estado deberá fortalecerlas financieramente para que hagan posible la investigación científica y el acceso de todas las personas aptas para la educación superior.

A pesar de la claridad conceptual, en la práctica estamos cada vez más lejos de cumplir estos postulados. El fuero especial que otorga la autonomía, debe ser delegado a académicos y profesionales conocedores de la naturaleza de esta actividad trascendental en el desarrollo de los seres humanos y sus comunidades. Hay que conservar el espíritu de las sociedades democráticas, en las que existe la independencia de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. En nuestro entorno las cosas deben ser similares.

El tema de la autonomía universitaria aparece con el nacimiento mismo de las universidades en la edad media y como una condición sine qua non para el desarrollo de la ciencia, la educación y la preservación de la cultura. O sea que no es un capricho populista de las últimas décadas, ni una desaforada manifestación de la democracia. Pero la vida de las normas no la da su promulgación, tanto como su aplicación efectiva, y en eso es en lo que estamos comenzando a fallar sistemáticamente en nuestra sociedad.

La hermenéutica amañada que algunos ciudadanos practican, logra confundir a la opinión pública e impone exabruptos que por la fuerza de la costumbre se convierten en obligación. No podemos darnos el lujo de ensayar modelos exóticos de educación que se ponen en marcha con tal de mostrar que algo nuevo se está haciendo. Nos urge una universidad para el conocimiento y la igualdad, no para el desaprendizaje y la discriminación. Nadie puede ser ajeno a la responsabilidad histórica que nos corresponde de formar ante todo excelentes seres humanos.

La autonomía debe ser un patrimonio de las instituciones de educación superior y no es conveniente la pretensión de vulnerarla y cambiarla. Esa autonomía debe ser renovadora de las ideas, inspiradora del cambio, transformadora de las políticas públicas y formadora de hombres y mujeres con un verdadero sentido humanista. La sola conformación de consejos directivos pluralistas, donde hay representación de todos los estamentos de las instituciones y de la sociedad, así lo demuestra.

A lo mejor la universidad pública en Colombia no tiene un problema de autonomía, sino de libertad. Mientras sigamos educando a nuestros jóvenes bajo tradicionales e ineficientes esquemas, que en muchos casos convierten a la educación en un negocio de garaje, no habrá más posibilidad que la de seguir administrando la rutina de lo inexistente. Mientras se siga pensando por parte de muchos actores sociales, que las universidades estatales son apéndices del aparato burocrático que soporta los regímenes de turno, estaremos condenando al país a buscar el camino más largo, para llegar al destino más corto.

El poeta italiano, Dante Alighieri, decía que “el mejor regalo que Dios ha dado en Su abundancia, es la autonomía de la libertad”.

Libardo Álvarez Lopera
Rector