Nos ha correspondido vivir un momento de la historia dramático y a la vez trascendental. La pandemia ocasionada por el Covid-19, que se fue extendiendo por el mundo sin ningún control y en medio de una incertidumbre total, porque no sabíamos cómo enfrentarla, nos obligó a reinventarnos como seres humanos desde la individualidad y desde nuestra manera de relacionarnos con los demás.

El entorno cambió de manera dramática nuestros comportamientos y nuestras expectativas. Aplazó muchos de los proyectos personales y colectivos, y nos obligó a reinventarnos para poder continuar de alguna manera cumpliendo con las necesidades básicas que tiene toda sociedad.

Hemos aprendido que la fragilidad humana es más grande de lo que imaginábamos y que los bienes materiales son apenas instrumentos para abrirnos paso hacia el futuro. Comprendimos que mientras más liviano sea nuestro equipaje, más rápido se hace nuestro andar. Quizá como nunca antes, supimos cuál es el real valor de la solidaridad. Que solos no podemos defendernos ante un enemigo silencioso e invisible, pero definitivamente poderoso.

En el caso de la educación, nos hemos visto obligados a cambiar nuestros paradigmas, a entender que hay nuevas y necesarias alternativas para comunicarnos, para enseñar y hasta para compartir a través de una pantalla, tristezas y alegrías. Ayer me contaba un profesor de la Facultad de Comunicación Audiovisual de nuestra institución, que cuando comenzó el confinamiento, a su cátedra asistían con recelo máximo el 70 por ciento de los estudiantes inscritos, y que hoy con sorpresa, tiene continuas sesiones académicas con el cien por ciento de ellos.

Cuando nos ponemos a merced de la tecnología, sentimos que nos deshumanizamos, pero cuando esa tecnología la aplicamos para masificar nuestros mensajes, para acercarnos más; ese concepto de deshumanización se diluye. Debemos sentir con pasión lo que hacemos para poder entronizar en nuestras percepciones, que como seres humanos seguimos siendo los primeros en la cadena de la vida. Quien se siente relegado por la tecnología, ha minimizado la grandeza de su ser y la trascendencia de su existencia.

De las crisis siempre quedarán grandes enseñanzas. Los problemas siempre terminarán sacando lo mejor de nosotros. Nuestra resiliencia natural nos señala que siempre hay un camino nuevo para enfrentar nuestras batallas, y que es necesario buscar hasta en el más recóndito de los rincones, las soluciones más inesperadas, que muchas veces terminan siendo las más acertadas. El poeta argentino, Pedro Bonifacio Palacios, conocido como Almafuerte, dice en uno de sus llamados sonetos medicinales: “Todo lo alcanzarás solemne loco, siempre que lo permita tu estatura”.

Las ciencias exactas y las ciencias sociales, en su dialéctica cotidiana, seguirán en su confrontación y razonamiento en busca de la verdad, sea cual sea el método. Si la tecnología nos facilita nuevos atajos para llegar de una manera más expedita a esa verdad que todos perseguimos, bienvenida sea. Una creación que es fruto de la evolución del conocimiento, no puede convertirse en involución de la voluntad humana.

Apreciados amigos, estamos ante una nueva realidad que seguramente no llegó por una mala jugada del destino. Las cosas buenas y malas suceden por algo. Pensemos que era la hora de ponerle freno a nuestra arrogancia y de obligarnos a mirar para los lados y ver que el mundo nos ofrece innumerables alternativas, y que solo nos quedamos con las mismas de siempre. A lo mejor dedicarnos a administrar la rutina agotó la paciencia de un orden natural que indefectiblemente nos gobierna.

Sócrates el gran filósofo griego, afirmaba que: “La ciencia humana consiste más en destruir errores, que en descubrir verdades”.

Gracias por estar aquí y ahora. Somos testigos de excepción del cambio que necesitamos.

Buenos días.

Medellín, octubre 29 de 2020